Descubre por qué el suelo es el principal activo del agricultor y cómo cuidarlo con buenas prácticas para producir más durante años
En agricultura, muchas decisiones se toman pensando en la campaña actual: qué sembrar, qué fertilizar, cuándo entrar al campo o qué rendimiento se espera obtener. Sin embargo, hay un factor que condiciona todas esas decisiones y que a menudo no recibe la atención que merece: el suelo agrícola. El suelo no es solo el soporte del cultivo; es un activo productivo que determina la rentabilidad presente y futura de la explotación.
Un suelo bien cuidado permite producir más con menos insumos, soporta mejor los episodios climáticos extremos y mantiene su fertilidad durante décadas. Por el contrario, un suelo degradado obliga a invertir cada vez más para obtener rendimientos menores. En este artículo analizamos por qué el suelo es el principal activo del agricultor y qué prácticas permiten cuidarlo para producir de forma sostenible a largo plazo.
Por qué el suelo es el activo más valioso de la explotación agrícola
A diferencia de la maquinaria o los insumos, el suelo no se puede sustituir fácilmente. Es un recurso limitado, vivo y complejo, que tarda años (o incluso décadas) en recuperarse cuando se degrada. Puedes cambiar de tractor o de cultivo, pero si pierdes la calidad de tu suelo, pierdes capacidad productiva.
Antes de entrar en prácticas concretas, conviene entender qué hace del suelo un activo estratégico, porque condiciona la productividad, la estabilidad de rendimientos y los costes de producción de la explotación.
- Es la base de la nutrición del cultivo.
- Regula el agua disponible para las raíces.
- Alberga vida microbiana esencial para la fertilidad.
- Influye en el rendimiento y la calidad de la cosecha.
- Condiciona el desgaste de la maquinaria y el consumo de combustible.
Cuidar el suelo no es una cuestión ambiental abstracta: es una decisión económica que mejora la rentabilidad a medio y largo plazo.
Qué ocurre cuando el suelo se degrada
La degradación del suelo no suele ser inmediata ni evidente. En muchos casos es progresiva y silenciosa, hasta que los problemas se hacen visibles: menor rendimiento, escorrentía, compactación o dificultades para trabajar el terreno. Cuando esto sucede, el agricultor se ve obligado a invertir más en insumos y labores para obtener resultados inferiores.
Antes de hablar de causas, conviene tener claro que muchos suelos agrícolas se degradan por prácticas repetidas durante años sin correcciones, y que las consecuencias afectan tanto a la producción como a los costes.
- Compactación, que dificulta el crecimiento radicular.
- Pérdida de materia orgánica, reduciendo fertilidad y estructura.
- Menor infiltración de agua y mayor riesgo de encharcamientos.
- Erosión, especialmente en parcelas con pendiente.
- Necesidad creciente de fertilizantes y correctores.
Un suelo degradado obliga a gastar más para obtener menos, comprometiendo la estabilidad de la explotación.
La materia orgánica: el corazón de un suelo productivo
Si hay un indicador clave de la salud del suelo, es el contenido de materia orgánica. La materia orgánica mejora la estructura, alimenta la vida microbiana, aumenta la capacidad de retención de agua y facilita la disponibilidad de nutrientes. Por eso, cuando un suelo pierde materia orgánica, se vuelve menos fértil y más vulnerable a la erosión y al estrés hídrico.
Antes de explicar cómo aumentarla, conviene recordar que muchos suelos, especialmente en sistemas intensivos, han reducido sus niveles de materia orgánica por laboreos agresivos, baja incorporación de residuos y poca diversidad de cultivos.
- Incorporación de restos de cosecha triturados.
- Uso de estiércoles y compost bien gestionados.
- Implantación de cubiertas vegetales.
- Rotación de cultivos con especies mejorantes.
- Reducción de labores agresivas.
Trabajar la materia orgánica es construir fertilidad a largo plazo y mejorar la resiliencia del cultivo.
Compactación del suelo: un enemigo silencioso
La compactación se produce cuando el suelo pierde porosidad y se reduce el espacio disponible para el aire, el agua y el crecimiento de las raíces. Es uno de los problemas más comunes y menos visibles, y suele aparecer por el paso de maquinaria pesada, especialmente cuando el suelo está húmedo.
Antes de entrar en soluciones, conviene entender que un suelo compactado no solo reduce rendimiento. También incrementa el consumo de combustible, porque el tractor necesita más potencia para realizar las mismas labores.
- Evitar entrar al campo con el suelo húmedo.
- Ajustar correctamente la presión de los neumáticos.
- Reducir pasadas innecesarias y planificar recorridos.
- Usar maquinaria adecuada al tipo de suelo y a la humedad.
- Incorporar raíces profundas mediante rotaciones.
Prevenir la compactación siempre es más rentable que corregirla cuando ya está instalada.
La importancia de la rotación de cultivos
La rotación de cultivos es una de las herramientas más eficaces para cuidar el suelo. Alternar especies con diferentes sistemas radiculares, necesidades nutricionales y calendarios mejora la estructura, reduce la presión de plagas y contribuye a equilibrar el suelo a medio plazo.
Antes de enumerar beneficios, conviene destacar que la rotación es una estrategia de gestión del suelo que mejora la estabilidad de rendimientos y reduce dependencia de insumos.
- Mejora de la estructura del suelo.
- Reducción de plagas y enfermedades.
- Mejor aprovechamiento de nutrientes.
- Incremento gradual de la materia orgánica.
- Mayor estabilidad productiva ante campañas irregulares.
Un suelo con rotación responde mejor a condiciones climáticas adversas y suele requerir menos correcciones.
Cubiertas vegetales: proteger y alimentar el suelo
Las cubiertas vegetales han ganado protagonismo en los últimos años, especialmente en cultivos leñosos y agricultura de conservación. Su función no es solo cubrir el suelo: también lo protegen frente a la erosión, mejoran la infiltración de agua y favorecen la biodiversidad del sistema.
Antes de describir sus ventajas, conviene recordar que un suelo desnudo es un suelo vulnerable. La cubierta actúa como una protección constante y, si se gestiona bien, aporta beneficios sin competir de forma crítica con el cultivo principal.
- Protección frente a erosión y escorrentía.
- Aumento de materia orgánica a medio plazo.
- Mejora de la infiltración de agua.
- Regulación de la temperatura del suelo.
- Fomento de la biodiversidad y actividad biológica.
Bien gestionadas, las cubiertas no son una complicación, sino una herramienta para mejorar la estabilidad del sistema.
Laboreo: menos no siempre es peor
Durante décadas, el laboreo intenso fue sinónimo de buena agricultura. Hoy se sabe que un laboreo excesivo puede degradar la estructura del suelo, romper agregados y acelerar la pérdida de materia orgánica. La clave actual no es “labrar más”, sino labrar mejor, con criterio y objetivos claros.
Antes de eliminar labores por completo, conviene analizar cada caso. No se trata de no labrar nunca, sino de adaptar profundidad y frecuencia a las necesidades reales del suelo y del cultivo.
- Ajustar profundidad y frecuencia de labor según el objetivo.
- Evitar volteos innecesarios que aceleran la pérdida de materia orgánica.
- Adaptar la labor al tipo de suelo y a su humedad.
- Combinar laboreo con restos vegetales o cubiertas bien gestionadas.
Cada pasada debe responder a un objetivo agronómico real, no a una rutina heredada.
El papel de la maquinaria en la conservación del suelo
La maquinaria agrícola influye directamente en la salud del suelo. Una máquina mal ajustada, con neumáticos a presión incorrecta, exceso de pasadas o mantenimiento deficiente puede generar compactación, desgaste del terreno y pérdidas de eficiencia. En cambio, una maquinaria bien configurada permite trabajar el suelo de forma más respetuosa y rentable.
Antes de enumerar acciones, conviene recordar que la tecnología actual facilita reducir pasadas, optimizar la tracción y minimizar impactos sobre el suelo.
- Uso de neumáticos adecuados y ajuste correcto de presión.
- Aperos adaptados al tipo de labor y al estado del suelo.
- Reducción de pasadas mediante labores combinadas y planificación.
- Mantenimiento preventivo para evitar vibraciones y sobreesfuerzos.
Un suelo bien cuidado también reduce el desgaste de la maquinaria y ayuda a mantener la eficiencia del trabajo.
El suelo como inversión a largo plazo
Cuidar el suelo no suele ofrecer resultados espectaculares de un día para otro, pero sí beneficios acumulativos. Cada campaña bien gestionada suma, y cada error resta. Pensar el suelo como un activo implica tomar decisiones de medio y largo plazo, priorizando estabilidad frente a resultados puntuales.
Cuando una explotación invierte en salud del suelo, reduce su dependencia de insumos, aumenta la resiliencia ante clima irregular y consigue rendimientos más estables. En la práctica, esto significa menos sobresaltos y una rentabilidad más predecible.
El suelo es el activo principal del agricultor. De su estado depende la productividad, la rentabilidad y la sostenibilidad de la explotación. Cuidarlo no es una moda ni una imposición externa: es una estrategia inteligente para producir más durante años con menos costes y menos riesgos.
Invertir en materia orgánica, evitar la compactación, rotar cultivos, usar cubiertas y adaptar el trabajo de la maquinaria son decisiones que marcan la diferencia entre un suelo agotado y uno fértil y productivo. Si quieres asegurar el futuro de tu explotación, empieza por cuidar lo que sostiene todo lo demás: el suelo.


















